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Ya no tengo miedo de Patricia Fernández Montero – Apuntes

Posted by Raul Barral Tamayo en martes, 26 de marzo, 2019


© Patricia Fernández Montero
Editorial: Editorial Club Universitario.

¿Te imaginas despertar y que nada sea igual? ¿Que todo tu mundo haya cambiado, para siempre? Esta es la historia, mi historia, la voz acallada durante años, el grito en el vacío que intenté lanzar, el sordo temor del pánico y que, hoy, ve la luz. Comparto esta historia con la de cientos de niños y personas que han vivido y viven bajo el agónico dolor de la violencia de género. Esto es un grito a la esperanza y un reclamo a la sociedad. El vértigo de las amenazas y el desgarro del dolor. La verdadera cara de los que nadie cuenta ni quiere oír, porque, a veces, da demasiado miedo.

Esto es un tributo al coraje, porque yo, ya no tengo miedo.

Patricia Fernández Montero (Madrid, 1998). Estudiante de Periodismo y Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid (2016-2021). Conocida por su intensa labor en el activismo por los derechos humanos, en concreto con los menores víctimas de violencia de género, fundó en el año 2016 la asociación Avanza sin miedo junto a su madre, Sonia Fernández. Su primer libro, Ya no tengo miedo (2015, ECU), que publicó con tan solo 17 años, pasó a convertirse en el primer manuscrito en el que una menor relataba su calvario tras haber sufrido violencia de género en el seno familiar. Su actividad le ha llevado a viajar alrededor de España dando conferencias.

Algunas de las cosillas que aprendí leyendo este libro que no tienen porque ser ni ciertas ni falsas ni todo lo contrario:

  • Sobre todo con este libro trato de dar voz a aquellos en los que nadie peinsa y menos aún escucha. A cada niño que ha sido víctima, esto va por vosotros.
  • Si no gritas, no te escuchan.
  • Jamás despido a mi pasado y todo lo que él conllevó. Porque gracias a mi historia soy la persona que soy.
  • Mi nacimiento para mí contó solo con una madre, ya que no considero mi padre a mi progenitor biológico. Pues mi padre de verdad aún tardaría algún tiempo en llegar.
  • Él se encargaba de maquillar hasta tal punto la situación que nadie se hubiese podido imaginar jamás lo que realmente ocurría tras las puertas de nuestra casa.
  • De aquellos seis años tengo apenas recuerdos borrosos, mi mente eliminó muchas de aquellas ocasiones para que, sencillamente, pudiese continuar con mi vida, aunque mi corazón seguía albergando el dolor que producían en mí.
  • Yo jamás he llegado a comprender el dolor que mi madre pudo llegar a sentir y doy gracias a mi ignorancia por ello, ya que no sé si hubiera sido capaz de soportarlo.
  • Ese ha sido siempre mi mecanismo de desahogo, llorar y liberar mis emociones, dejar que salgan guera para así poder sanarlas, algo que mamá me enseñó. Y así continuar con más claridad.
  • No puedo decir que mi infancia fuese dura, soy consciente de que hay personas en el mundo que lo han pasado peor que yo y que esto es solo una décima parte del dolor que mucha gente quizás haya superado; simplemente viví circunstancias que me hicieron madurar. Me enfrenté a situaciones difíciles y muchas veces sentí miedo, aunque nunca estuve sola.
  • Abandoné mi antigua vida sin previo aviso.
  • Había algo que yo no podía evitar, ni nadie. Volver a ver a Fernando. Ante mi apariencia de dureza y liberación, tenía miedo. Y yo misma me estaba desequilibrando emocionalmente ante esta situación.
  • Hay momentos en nuestras vidas que nos definen, que nos acompañan y nos recuerdan quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí.
  • Acudimos a varios psicólogos durante esos años, con los dos primeros ni siquiera llegaba a saber qué era aquello; a decir verdad, con esas edad apenas llegaba a comprender qué era un psicólogo.
  • Seguimos yendo al Punto de Encuentro. Aquella etapa marcó mi vida definitivamente. Aquel edificio gris formaba parte de mis pesadillas, ya que detestaba ir.
  • Había empezado a t ener ataques de ansiedad, me ponía muy nerviosa a veces y tenía la extraña sensación de que me faltaba el aire, me costaba respirar por los nervios.
  • Nunca llegaba a fiarme del todo de los psicólogos, los veía como malos, eran extraños queriendo saber cómo me sentía y no estaba acostumbrada a más extraños que los que podian significar una profesora de colegio o una ayudante del comedor infantil, y ellos jamás me preguntaban para qué creía que iba allí.
  • Salvo alguna excepción, todos los psicólogos que me trataron eran iguales, seguían las mismas pautas y les comencé a temer; creé una especie de recelo en mi interior hacia ellos, ya qu eno sabía muy bien cómo iban a interpretar mis palabras. Yo estaba absolutamente confusa y no era habitual en mí abrirme a un extraño.
  • Nunca sabía muy bien ni qué querían escuchar ni hasta dónde pretendían llegar.
  • Empecé a comprender dede muy pequeña algo que a muchos tanto les cuesta, el verdadero significado de la palabra hogar.
  • Aprendí a valorar las cosas buenas y a restarle importancia a las malas, porque, cuando estás en una situación así, entiendes el valor de la familia, la importancia de las personas que te rodean.
  • ¿Acaso una persona que ha sufrido no tiene el derecho de rehacer su vida y ser feliz? La respuesta de la sociedad a esta pregunta es un rotundo no. Y si a esto le añadimos el hecho de que el motivo de separación fue por maltrato y fuera tan nuevo y desconocido por la sociedad, se le añade incentivo a la negativa respuesta. En esta sociedad que se las da de liberal.
  • A mamá le empezaron a dejar cartas con amenazas; los vecinos empezaron a criticarla en las reuniones, diciéndole que vivía con alguien, esto parecía estar en boca de todos y ella supo defenderse. Sin embargo, la mala situación con los vecinos no había comenzado en aquel justo momento; desde que se había separado, tras la brutal paliza, muchos nos dieron la espalda. La juzgaron, criticaron, testificaron en su contra en los juicios. Este era el verdadero poder de Fernando, manipulaba a la gente haciéndoles creer que mamá y nosotros éramos los malos, y así hizo con nuestros vecinos y amigos.
  • Yo hasta ese día jamás había experimentado esa sensación, que era maravillosa; sentir que la única protección de un hombre que cualquier niña necesita en este mundo es la de su padre y la de ningún hombre más. Así yo comprendí que, pese a que no acababa de nacer y no era un bebé, había encontrado a mi padre y era gratificante sentirse así.
  • Mi rechazo a los psicólogos se había vuelto patente, es decir, les tenía miedo básicamente.
  • Me volví completamente inestable. Yo misma estaba contra el mundo, contra mi madre, mis abuelos …, y dejé de ver momentos felices, ya que solo recordaba que cada jueves tendría que volver a aquel lugar y pasar de nuevo por sus chantajes y estrategias, y cómo era incapaz de contar lo que allí pasaba realmente, y Alejandro y Anastasia sabían hacer perfectamente de aquellas situaciones algo normal, me lo guardaba todo dentro y poco a poco me consumía.
  • Ningún psicólogo creía muchas veces lo que le contaba; salvo mi madre, que me escuchaba, el resto del mundo parecía estar ciego y sordo ante lo que estaba ocurriendo. Lo único que tenía era a mi familia, y la mayoría iba contra nosotros. Algo que nunca llegué a entender.
  • Peor que yo estaba David, que nunca contaba nada.
  • Nadie sabía ni llegaba a comprender el miedo y el silencio al que David y yo estábamos expuestos. Para los jueces y abogados, incluso para Fernando, nosotros éramos un paquete que venía unido junto a una preciosa casa en la sierra. Pero nadie veía a dos personas, ni siquiera a dos niños, ni el dolor por el que estábamos pasando. Solo éramos informes redactados por un psicólogo, un perito o los trabajadores del Punto de Encuentro.
  • Nunca nos preguntaban qué ra lo que queríamos, si verle o no. Y cuando les contábamos que nos pegaba, afirmaban que era mentira, que nosotros éramos unos mentirosos, al igual que nuestra madre.
  • Este tipo de momentos en los que sientes miedo, esta cara de maltrato que nadie ve, inclusive cuando la separación ya se ha llevado a cabo, puede ser incluso tan difícil como las palizas. Aquí no hay un perito forense que demuestre el daño físico, aquí la mayoría de los psicólogos se lavaban las manos y callaban, y solo valían los continuos informes llenos de mentiras que mandaba el Punto de Encuentro.
  • Tenía miedo constantemente de que me separasen de mi madre y de mi padre, de mis abuelos, y entonces estaría perdida.
  • Durante un juicio, le habían quitado a mamá nuestra custodia; la misma perito que nos había sometido a aquel interrogatorio le había aplicado a mi madre y a nosotros una práctica inhumana y cruel llamada «SAP», por la cual ella alegaba que estábamos influenciados por nuestra madre y, por lo tanto, nos separaban durante tiempo indefinido sin verla y sin tener ningún tipo de contacto ni con ella ni nadie de nuestro entorno familiar materno, incluído mi padre.
  • Solo pensé que nadie jamás debería tener el poder suficiente para arrebatar a una madre sus hijos, sin ni siquiera preguntarnos a nosotros, ya que jamás fuimos a ningún juicio debido a que éramos demasiado pequeños. Nadie se paró a pensar en los efectos que eso tendría sobre nosotros; aquel juez no nos conocía, así que no entendía cómo era capaz de permitir aquello. Me di cuenta de lo injusto que es el mundo, y de que no teníamos voz, pese a que éramos nosotros con los que jugaban.
  • Sentía un gran vacío en mi interior, era como si fuese la espectadora de mi propia vida y veía que poco a poco se estaba convirtiendo en un gran desastre. Desastre que yo no podía ni tenía herramientas suficientes para controlar.
  • Que te separen de tu propia madre y no saber cuándo vas a volver a verla es lo más duro que jamás haya hecho en toda mi vida. Una experiencia que me marcó y la cual jamás olvidaré. El dolor que fui capaz de albergar en esos momentos es inmensurable.
  • Era todo muy extraño. ¿Cómo pretendían que fuéramos nosotros mismos y que contáramos abiertamente cómo nos sentíamos y qué pasaba, si había dos personas haciéndonos preguntas, la mayoría tampas, otros dos o tres tras un espejo con folios donde apuntaban todo aquello que decíamos y una cámara que filmaba la escena? La verdad es que para ser psicólogos no sabían tratar muy bien a sus pacientes.
  • El miedo me frenaba. Miedo a contar la verdad, todo aquello que Fernando e Isolina nos decían.
  • Yo tenía ya valores muy bien definidos pese a mi corta edad, valores que aún mantengo. Y es que no considero que la familia te la dé la sangre, sino las personas que están ahí día a día y que te demuestran su cariño. Aquellos que darían la vida por ti, al igual que tú por ellos si hiciera falta. Para mí ese era el concepto verdadero de «familia».
  • Era en aquellos momentos, alejada del mundo, cuando comprendía lo dura que era la vida en realidad, y me abrazavba a mí misma, recordándome que jamás debería perderme. Durante aquellos momentos, no solo me convertí en una figura paterna y materna para David, sino que era mi propia madre y padre. Tenía que pensar las cosas coherentemente y no dejarme llevar por mis emociones en muchas ocasiones. Debía concentrarme y saber distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal. Y lo más importante aún, mantener mis ideas y pensamientos firmes, sin dejar que me influenciaran todas aquellas cosas que oía de mamaá, ya que muchas veces la criticaban o la insultaban delante de mí. Era un trabajo mental, un t rabajo muy fuerte.
  • Aprendí por primera vez lo que era la soledad, y que si aprendía a conectar con mis propias emociones, entonces encontraría la paz, mi paz interior. Pese a todo, jamás estaría tan sola como pareciese, tan solo tendría que mirar al cielo y allí estaría mi madre.
  • Aquellos dos meses  medio me sirvieron para aprender a escuchar y a fijarme en las personas, en los pequeños detalles que todos pasan por alto y que en realidad son los más importantes. Aprendí a saber analizar las situaciones, mantener la calma en los momentos tensos y tomar el control. Aquellos dos meses y medio fueron tan duros que me fortalecieron, y aunque en algunos aspectos emocionales me dañaron muchísimo, de algún u otro modo, fue un aprendizaje bestial para mí y la formación de mi personalidad. Me enseñaron más que cualquier libro.
  • Me hice terriblemente fuerte con aquello; sin darme cuenta, me había creado una fortaleza tan resistente que sería incapaz de romperla fácilmente.
  • Yo me había encerrado en un mundo en el que desconfiaba de cualquier persona, había construido un muro en torno a mi hermano y a mi casi infranqueable, dormía, pero no descansaba.
  • Para la justicia éramos paquetes, paquetes que tenían la obligación de ir con al que la misma justicia de nuevo consideraba su padre y la familia paterna, pero a nadie le importaba cómo nos estaba dañando aquello, ni el miedo y la desesperación que sentíamos; a nadie le importaba porque nadie, salvo mi madre, mi padre, mis abuelos y alguna que otra persona, se detuvo a escucharnos.
  • Es por ello que dejé de creer en los jueces, en los peritos y en cualquier otro que se tomara el derecho de tomar decisiones sobre la vida de unos niños, de una familia, sin conocerlos, sin haber hablado con ellos; para mí aquella sentencia había sido dictaminada por alguien que no tenía un rastro de humanidad en sus venas, y esto no ayudaba a los niños, daba fuerzas al maltratador, pues aquí era él el que estaba respaldado por una justicia que día a día me había dejado sin aliento meses atrás.
  • Me había dejado literalmente sin uñas y había encontrado la fea manía de descargar mis nervios y tensión en mi cuerpo, pellizcándome los brazos. A veces, me hacía sangre, no me quería dejar señales ni trataba de hacerme daño, ni nada por el estilo, tan solo era una forma de descargar todo aquello, como el que come chicle. He mantenido esa manía durante muchos años, era mi mecanismo y no podía parar.
  • Personalmente, no sé si todos aquellos que participaron en el proyecto de Aldeas Infantiles en nuestro caso particular pueden siquiera dormir alguna noche sabiendo el daño que hicieron.
  • Me llenaba de impotencia que alguien que tan solo había leido informes sobre mí, informes que hacía gente que me había visto una vez, que jamás había vivido aquellas situaciones con Fernando, ni había sentido el miedo tan cerca, pudiese tomar decisiones tan drásticas sobre mi vida, la de mi hermano y la de mi madre y padre, como lo era separarnos de ellos cada quince días.
  • Hay personas que dicen que les entran ganas de pegar, de dar una paliza a aquellos que les hicieron daño, lo llaman venganza; otras simplemente no se controlan, pero yo no, yo no busco vengarme de tantas personas, dado que fue ella misma la que me enseñó a perdonar, pero sí busco contar la verdad y que no queden impunes ante todo lo que causaron.
  • «Hasta el más cobarde lucha cuando está en peligro lo que quiere».
  • Pese a que con el tiempo demostró que podíamos confiar en ella, yo tenía un mecanismo de defensa contra todos los psicólogos, un mecanismo que ellos mismos me habían ayudado a crear y que los de Aldeas Infantiles habían demostrado que era más que necesario. Había aprendido a medir mis palabras y lo que decía.
  • Nos llevamos las manos a la cabeza cuando una mujer muere a manos del maltrato, o cuando un niño presencia todo eso, porque ahí es cuando la situación ha tocado su peor extremo, y al final si hay pruebas, pero hasta que eso no pasa, la sociedad calla y ampara a personas como Fernando. Triste, pero realidad.
  • Sinceramente, me sería fácil decir que odiaba a Isolina y a Fernando, pero mis sentimientos hacia ellos no tenían un nombre exacto. No puedo decir ni siquiera que sintiese algo hacia aquellas personas. Uno estaba ahí por obligación y otro, por elección.
  • Era duro pensar que, a pesar de todo, no teníamos el mando de nuestras vidas. Porque el hecho de que cada quince días tuviésemos que marcharnos condicionaba la vida de nuestros padres a estar constantemente pendientes por si algo pasaba. Hacer planes con las nuevas amigas para mí era un tanto complicado y me perdía muchos cumpleaños porque no estaba en Madrid ni sabía dónde iba a estar.
  • Casi siempre estamos esperando el momento correcto, las circunstancias perfectas para que ocurran las cosas. Nos preocupamos de planear el futuro y aparcamos lo que está pasando.
  • En la vida no eliges, y por eso hay que disfrutar cada momento como si fuese el último.
  • Hemos superado todas las adversidades y ahora mi único propósito es que este libro ayude al resto de niños que están como yo narro.
  • A día de hoy voy a empezar a cursar la última etapa del instituto, con grandes sueños y metas. Ya no busco sentirme «normal», ni me oculto. Todo esto me ha brindado la oportunidad, de ser capaz de luchar por mis sueños e ideales, de acariciar cada instante con mi familia y de vivir una vida plena.
  • He aprendido que el valor, como decía mamá, no es la ausencia del miedo, sino el dominio de él y, tras esta dura etapa de mi vida que alberga nueve años de los dieciséis que tengo, puedo sentir y decir: Ya no tengo miedo, por fin soy libre.

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5 respuestas to “Ya no tengo miedo de Patricia Fernández Montero – Apuntes”

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