Raul Barral Tamayo's Blog

Frases Llenas

  • Calendario

    diciembre 2021
    L M X J V S D
     12345
    6789101112
    13141516171819
    20212223242526
    2728293031  
  • Estadísticas

    • 1.215.616 páginas vistas
  • Archivos

  • Últimos Posts Más Vistos

  • Top Últimos Clicks

No soy yo de Anabel Gonzalez

Posted by Raul Barral Tamayo en jueves, 9 de diciembre, 2021


Copyright © 2017 Anabel Gonzalez

Las reacciones que tenemos se generan a partir de aprendizajes de los que podemos  no ser muy conscientes. La desconexión emocional, nuestras creencias y diversos síntomas, pueden derivarse de experiencias adversas que configuran nuestro funcionamiento psicológico.

Estas experiencias van desde traumas como maltrato o abandono, hasta problemas con las figuras significativas de nuestra vida. Cuando esto ocurre, la relación con nosotros mismos se distorsiona, nuestra mente se fragmenta y nuestra capacidad para disfrutar plenamente de la vida se ve alterada.

En este libro veremos algunas rutas para cambiar estos patrones y adquirir una mayor conciencia de quienes somos, cómo nos influyó nuestra historia, y cuáles son nuestras verdaderas posibilidades.

Entender el pasado es la vía para recuperar el presente y el futuro.

Anabel Gonzalez es psiquiatra y psicoterapeuta, con formación en diversas orientaciones como terapia de grupo, terapia cognitivo-analítica, terapia sistémica y terapias orientadas al trauma. Doctora en Medicina y Especialista en Criminología. Pertenece a la directiva de la Sociedad Europea de Trauma y Disociación (ESTD) y es vicepresidenta de la Asociación EMDR España. Trabaja en el hospital Universitario de A Coruña (CHUAC), coordinando el Programa de Trauma y Disociación, orientado a pacientes con traumatización grave. Es entrenadora acreditada de terapia EMDR.

Algunas de las cosillas que aprendí leyendo este libro que no tienen porque ser ni ciertas ni falsas ni todo lo contrario:

  • Los problemas actuales se derivan de experiencias adversas que nuestro cerebro no ha podido procesar. Dichas experiencias no asimiladas continúan condicionando, muchas veces sin conciencia de ello, nuestro modo de estar en el mundo.
  • Viktor Frankl: «Las circunstancias externas pueden despojarnos de todo, menos de una cosa: la libertad de elegir cómo responder a esas circunstancias».
  • Con los grandes conflictos bélicos del pasado siglo, el estudio del trauma empezó a tener mayor importancia a nivel científico. Se hizo más evidente cómo podía influir en el desarrollo de problemas psicológicos, que persistían durante muchos años, y que en muchos casos no se resolvían por sí solos.
  • Un elemento esencial para poder tomar decisiones es entender el problema, aumentar nuestra conciencia de lo que sucede tanto fuera como dentro de nosotros y analizar las opciones disponibles. Además de entender, hemos de implicarnos activamente en cambiar lo que nos sucede. Las situaciones negativas graves y mantenidas generan patrones rígidos de funcionamiento que es importante interrumpir y modificar. Han de romperse de modo intencionado y activo las inercias que nos tienen estancados en lugares en los que no nos gusta estar.
  • Los seres humanos nos movemos siempre en el ámbito de las relaciones. Por ello nada puede traumatizarnos más que otro ser humano.
  • Es la contradicción entre una realidad que nos hace daño y nuestra tendencia a recurrir a los demás lo que nos resulta más complejo de asimilar. Que sean aquellos en los que busquemos cuidado los que nos hieran o nos ignoren, queda fuera de la programación que la evolución ha dejado en nuestro cerebro.
  • No es solo un recuerdo que no se puede asimilar, es la ruptura de nuestras creencias sobre nosotros mismos, los demás y el mundo que nos rodea.
  • Así como un estilo de apego seguro nos protege frente a lo que nos venga en la vida, los estilos inseguros o desorganizados van a interferir en nuestro modo de funcionar tanto con los demás como con nosotros mismos.
  • Cuando se acumulan muchas experiencias adversas graves y los vínculos de apego con los cuidadores son desorganizados, se produce un fenómeno psicológico denominado disociación. La disociación es un concepto complejo, no del todo bien definido, que incluye aspectos como la dificultad para recordar un suceso; la desconexión del cuerpo, las emociones o el entorno; o síntomas corporales diversos. Puede sentir, pensar o hacer cosas muy distintas de lo que querría, sentir cierta extrañeza respecto a su forma de funcionar en algunas situaciones o vivir en una permanente contradicción. No ha desarrollado una visión integrada de sí misma, y muchos aspectos de su funcionamiento mental no serán aceptados, regulados y modulados adecuadamente.
  • Muchos pensamientos, sentimientos o acciones no se reconocen como propios, llegando a veces a percibirse en forma de voces. Puede haber tanto cambios marcados de personalidad como un control rígido de emociones y conductas.
  • La sensación de sentirse incomprendidos y la dificultad para entender lo que les ha tocado vivir, es frecuente en las personas que han crecido en entornos traumáticos. Como resultado de estos aprendizajes, tanto en la infancia como en la edad adulta, tendrán grandes dificultades para entenderse, aceptarse y dar una respuesta equilibrada a sus necesidades.
  • El objetivo central de este libro es ayudar tanto a pacientes como a profesionales a comprender por qué se desarrollan y se mantienen estos problemas. Hemos de aprender a mirarnos con ojos nuevos. Nuestra perspectiva sobre los demás y sobre el mundo ha de evolucionar y flexibilizarse.
  • Sin confianza no hay posibilidad de traición.
  • La vida no podía atravesar todas las corazas que le habían protegido tan eficazmente del daño. La anestesia seguía ahí tapando todas las sensaciones, impidiéndole sentir la brisa o la luz del sol en la cara. Solo las cosas que activaban su alerta generaban la única sensación de la que era consciente: la que le avisaba del peligro. Siempre esquivaba mirar a los ojos de la gente.
  • El problema viene cuando estos sistemas automáticos han de mantenerse mucho tiempo, y se convierten en patrones. Con el tiempo, estos patrones acaban activándose fuera del contexto para el que fueron diseñados. Reaccionaremos ante situaciones inofensivas o menores como si estuviésemos ante una amenaza vital. Funcionaremos siempre en modo alerta, agotando nuestros recursos innecesariamente.
  • Quizás la más terrible de las batallas es la que lidian muchos niños que se ven abocados a crecer en un entorno familiar hostil. Estos contextos adversos no hacen referencia solamente al matrato físico o al abuso sexual, sino a cuidadores deprimidos, enfermos o con dificultades para entender, atender y cuidar a los niños que dependen de ellos.
  • El instinto de defensa no se acaba en la lucha y la huida. Estos dos sistemas implican hacer algo, pero ¿qué hacer cuando no se puede hacer nada? ¿cómo protegernos cuando nos ataca un depredador y no hay a dónde escapar? En una manada de leones, todos bajan la cabeza ante el jefe, a menos que crezcan lo suficiente como para plantearle batalla. Ningún cachorro osaría intentarlo. Nuestro organismo escoge desde su sabiduría instintiva la reacción que mejor nos puede proteger en esas circunstancias. Pero nuestros pensamientos no nos perdonan por ello, y nos dicen que «no hemos hecho lo suficiente». Esta creencia nos puede acompañar toda la vida, e influir posteriormente en numerosas circunstancias.
  • Ante la duda, quedarnos quietos puede ser crucial, y nuestro organismo lo sabe.
  • La evolución le ha enseñado a nuestra especie que muchas veces, no hacer es mejor que hacer; que la defensa más sabia no es un buen ataque, sino la ausencia de todo movimiento. Entender que no haciendo nada nos estamos defendiendo resulta muchas veces complejo para las personas que han vivido situaciones abrumadoras ante las que experimentaron parálisis o bloqueo.
  • Si no nos paramos en ningún momento a curar nuestras heridas, continuarán abiertas, y el dolor se quedará dentro de nosotros para siempre. Nuestro organismo seguirá en estado de alerta. Los sistemas de protección estarán bloqueados, reaccionarán rígidamente sin adaptarse a las situaciones que vivimos. La anestesia emocional con la que nos protegimos del dolor, nos hará pensar que lo tenemos superado o que no fue tan importante. Creemos que con no pisar la zona donde ésta enterrada la mina antipersona será suficiente. Un día, sin embargo, podemos tropezar y caer encima.
  • Fernando Pessoa: «Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y comprenda la vida, no puedo tocarla».
  • Un niño que crece en una familia con altos niveles de violencia, probablemente no gestionará bien su propia rabia, aunque puede puede coger dos rutas opuestas. Una es el descontrol de esa rabia, el funcionamiento impulsivo, si algo la activa no le ponemos freno. La otra es un intento de contener o enterrar esa gama de emociones, lo que llevará a dificultades para decir las cosas de modo firme, para decir que no, o para pedir lo que necesita.
  • Una parte importante del proceso de recuperación es reconciliarnos con nuestras emociones y darnos cuenta de los recursos que tenemos para regularlas. Las emociones no son ni buenas ni malas, cada una de ella tiene una función sana, y cuando todas trabajan en equipo es cuando mejor vamos a movernos en las distintas situaciones. A veces puede costarnos entender para qué sirven determinadas emociones, sobre todo las desagradables, pero ninguna de ellas existiría si no cumpliera una función esencial para los seres humanos.
  • El miedo nos protege. Gracias al miedo nuestro organismo se activa para reaccionar ante el peligro. El miedo se convierte en un problema cuando se activa ante todo y en todo momento. Puede convertirse en un estado de alerta permanente, de hiperactivación, que nos hace estar siempre en tensión, sin poder relajarnos ni descansar.
  • Pensamos que la rabia en sí, y no lo que esas personas hicieron con la suya, lo que es malo. Esta rabia que no dejamos salir de un modo sano se nos vuelve en contra y se convierte en autorreproches o rechazo hacia nosotros mismos. Al no mostrarla nunca, somos además mucho más vulnerables, incapaces de decir que no y de pedir lo que necesitamos, lo que alimenta el ciclo del malestar.
  • Cuando nuestros primeros vínculos han sido problemáticos, han estado teñidos de preocupación o se han caracterizado por la distancia o la ausencia, podemos sentir siempre la conexión con los demás como algo angustioso y generador de sufrimiento, o convencernos de que no necesitamos sentir amor ni afecto por nadie.
  • Si no experimentáramos tristeza cuando perdemos a personas o situaciones, no tenderíamos a mantenernos apegados a la gente o a las cosas. Sería por decirlo de otro modo, como una especie de «pegamento relacional».
  • Cuando sentimos tristeza y a la vez rabia por sentirla, no dejamos que fluya, hacia dentro de nuevo. Y aquello que no dejamos salir, se nos queda dentro.
  • Puede que no lo notemos,  pero enterrar emociones siempre nos pasa factura.
  • Tener buenos momentos es alimento emocional, tan necesario como la comida.
  • La culpa sana se llama responsabilidad, y es lo que nos permite aprender y corregir nuestros errores. Para que funcione bien, necesitamos que sea proporcionada a la situación.
  • La culpa sana no martillea encima de las heridas, simplemente aprende de la experiencia y de los errores para mejorar las decisiones futuras.
  • La vergüenza es una emoción que nos ayuda a que nuestras conductas encajen con las del grupo al que pertenecemos. Sentimos vergüenza cuando hacemos algo que percibimos como inadecuado o que puede exponernos a la reprobación de los demás.
  • La preocupación anticipa lo que va a pasar y los problemas que nos podemos encontrar nos ayuda a que no nos coja por sorpresa y a tener preparado un plan. El problema viene cuando solo nos dibujamos los escenarios más adversos y nos convencemos de que eso es lo que sucederá. Nuestra mente no se centra en buscar soluciones, sino que da por sentado que no habrá ninguna. Aquí la preocupación deja de servirnos para estar preparados, y solo nos genera angustia. Nuestro prejuicio de que no podremos afrontarlo, nos colocará además en una sensación de indefensión.
  • La preocupación sana se llama sentido común.
  • Cierto grado de preocupación nos ayuda a preparar soluciones, y supone un recurso valioso.
  • Las emociones son nuestros sensores para entender el mundo y a nosotros mismos. Si las escuchamos, tomaremos mejores decisiones. Hemos de aprender a conectar con nuestras emociones y sensaciones, pararnos en ellas y dejarlas estar ahí. Hemos de recuperar la capacidad de escucharnos a nosotros mismos.
  • Las emociones nos hablan de una necesidad y de la acción necesaria para obtenerla. Si nos quedamos bloqueados en la emoción, pero no nos ayudamos a movernos en busca de lo que necesitamos, es posible que la emoción se nos quede dentro, diciéndonos a gritos que hay necesidades insatisfechas, mientras nosotros tratamos de anestesiarlas, evitarlas o enterrarlas.
  • Es importante que al menos nos demos cuenta de lo que nuestras emociones nos piden y de qué es lo que nos ayudaría a proporcionárnoslo.
  • Muchas personas, sintiéndose incapaces de manejar sus emociones, gastan gran cantidad de energía en mantenerlas bajo control. Este sistema tarde o temprano claudicará. El control como mecanismo psicológico tiene el problema de que cuando ocurren cosas que se salen de nuestro control si éste es nuestro único sistema, nos quedamos sin ningún recurso.
  • No hay mejor cura para la tristeza que un abrazo, el afecto puede ayudar a diluir el dolor.
  • Lo importante no es lo que siento, sino lo que me digo sobre ello, y lo que hago con ello.
  • Como todas las emociones tienen sentido y aparecen cuando toca, la única alternativa real es permitirme experimentarlas, y aprender a hacerlas mías, a sentirlas y expresarlas a mi modo.
  • Nuestro sistema nervioso está diseñado de un modo determinado, y no podemos imponerle un funcionamiento distinto, hemos de jugar con sus reglas. De otro modo, nuestro organismo se rebelará frente a nuestra «dictadura emocional».
  • Puedo sentir cosas contradictorias, porque el mundo es contradictorio, y esa mezcla emocional me ayuda a darme cuenta de los matices de la situación.
  • Siempre que ocurren experiencias que nuestro sistema no puede asimilar, las sensaciones que experimentamos en esas situaciones no desaparecen del todo con el paso del tiempo.
  • Si el bloqueo ha sido grande, y no se han dado las condiciones para que se resuelva, puede alterarse de modo permanente el acceso a esas memorias. Es posible que no nos demos cuenta, que echemos un vistazo a lo que pasó y no notemos nada. Creeremos que lo tenemos superado, que no nos afecta.
  • Las experiencias antiguas no procesadas no solo siguen influyendo, sino que interfieren de modo muy poderoso en lo que vivimos en el presente. Cuanto menor es nuestra conciencia sobre lo sucedido y la importancia que tuvo, más grande es su repercusión.
  • Cuando los recuerdos no vienen espontáneamente y únicamente tenemos lagunas, desconexiones o síntomas en la vida cotidiana, es importante pararnos a entender lo que ocurre. La pregunta importante es: ¿qué pasó justo antes de que empezáramos a sentirnos mal, desconectados o extraños? No busquemos grandes acontecimientos, problemas o conflictos. Los disparadores pueden ser aparentemente insignificantes, porque solo cobrarán sentido cuando tengamos todas las piezas del puzzle. Identificar estos disparadores, tanto externos como internos, es una vía para llegar a entender lo que nos ocurre.
  • Lo esencial es poder funcionar de un modo más adecuado, tener un mayor bienestar, aprender a relacionarnos.
  • Por un lado es esencial aprender a aceptarnos como somos, y por otro, hemos de estar dispuestos a hacer un cambio profundo en nuestros patrones de funcionamiento, sobre todo en la forma en la que nos cuidamos y nos relacionamos con los demás.
  • Si queremos una mejoría estable y sólida, es importante que no haya ningún área de nuestra biografía que no podamos mirar con normalidad.
  • Lo que no se entiende, no se puede cambiar.
  • Si tenemos mucha desconexión de nuestros recuerdos, si no somos conscientes de qué experiencias nos han afectado y de hasta qué punto siguen influyendo, nos faltará una pieza clave para comprender nuestras reacciones. Notaremos reacciones que viviremos como desproporcionadas para lo que está pasando en este momento, pero que son proporcionadas si miramos nuestra historia en su conjunto.
  • Es fundamental poder mirar nuestras sensaciones internas sin sumergirnos por completo en ellas, verlas con una cierta distancia, con perspectiva. Si no podemos poner apellidos al malestar no podremos parar la avalancha.
  • Cuando identificamos los disparadores y las secuencias de estados emocionales que van dando lugar al malestar, podemos introducir cambios. Que estos procesos sean automáticos, es uno de los factores que hace que se repitan siempre del mismo modo.
  • Es muy frecuente que si hemos tenido carencias afectivas en nuestra infancia, llevemos dentro un sentimiento de profunda soledad.
  • Un punto importante es no tomar nuestras creencias como verdades absolutas y aprender a hacer cambios en las preguntas que nos hacemos a nosotros mismos. La cuestión relevante no es si nos apetece o no, sino si nos hace bien o no. Si queremos mejorar, aprender a cuidarnos ha de ser prioritario.
  • El solo hecho de pararnos a observar lo que se activa en nosotros, y con qué se conecta, está entrenando nuestra capacidad de reflexionar sobre lo que nos pasa. Si lo hacemos con frecuencia, iremos notando que pasamos poco a poco de automático a manual. Esta capacidad de autoobservación, de tomar perspectiva, de ver nuestros cambios de estado mental con cierta distancia, y con intención de entender sin juzgar,es en sí misma una poderosa herrramienta para regular nuestras emociones.
  • Cuando somos bebés y lloramos, no entendemos lo que nos pasa no podemos hacer nada con ello. Dependemos de un adulto que sintonice bien con nuestro malestar y sepa adivinarnos. Poco a poco iremos aprendiendo a detectar lo que nos ocurre y a buscar una solución que se oriente a satisfacer las verdaderas necesidades que tenemos. También aprenderemos a demorar esa satisfacción cuando sea necesario.
  • Cuando se desarrollan sentimientos de inferioridad, de no ser válidos, de ser indignos o reprobables, es posible que no queramos ver nuestra imagen en el espejo, o que no nos guste vernos.
  • La forma en que nos cuidamos toma como referencia el modo en el que fuimos cuidados, e influirá tanto en el cuidado físico como en los aspectos emocionales.
  • Este momento de encuentro con nuestro cuerpo ha de ser una experiencia continuada y repetida para que pueda producir efectos en nuestros bienestar y aumentar la conciencia que tenemos de nosotros mismos. Cuando notemos malestar, lo localizaremos en un lugar del cuerpo. Simplemente nos quedamos con las sensaciones sin pedirles que cambien o que se vayan, sin presionarlas ni atosigarlas, dejándolas ser como son y estar como están. El objetivo no es la relajación, es aprender a tolerar nuestras sensaciones y a pensar en ellas desde el cuidado, y no funcionar desde la evitación o la supresión emocional.
  • Cuanto mejor sea nuestra conciencia de lo que nos ocurre, más capacidad tendremos de poderlo modificar.
  • Sigmund Freud: «Las emociones que no son expresadas, nunca mueren. Son enterradas vivas y salen más tarde de peores formas».
  • El patrón de autocuidado y la forma de regular las emociones han de establecerse, al menos parcialmente, antes de trabajar en otras áreas, para que pueda conseguirse un avance sólido.
  • Aunque no todo depende del ambiente, y sabemos que todos tenemos determinadas predisposiciones genéticas, a día de hoy está claro que el entorno tiene mucho que ver en cómo estas tendencias se van desarrollando y van configurando nuestra personalidad adulta.
  • Aquello que no nos paramos a notar, no se procesa, y se acumulará en nuestro interior. Sin este primer paso de reconocimiento emocional, el resto del proceso de regulación no puede tener lugar.
  • Sin crecer con la mirada del otro que vea quienes somos a un nivel profundo, la forma en la que nos miramos a nosotros mismos va a estar distorsionada desde la base. Habrá aspectos de nuestra personalidad que no podremos aceptar, porque fueron ignorados o reprimidos por las personas con las que nos criamos. Al hacernos adultos, esos aspectos funcionarán fuera de nuestra conciencia y no podremos regularlos. Cuando se activen, no nos sentiremos identificados con ellos. Nuestra percepción en ese momento será: «no soy yo, esto no tiene que ver conmigo, esto no va con mi carácter».
  • La identidad, la definición de quienes sentimos que somos, se aprende en el espejo de las primeras relaciones, y se va configurando a partir de las interacciones con las figuras significativas de nuestra historia.
  • Si somos niños y nuestra madre está deprimida, no podemos compartir nuestra tristeza.
  • Curiosamente, aquello de lo que menos conciencia tenemos, es lo que más influencia tiene en nuestras decisiones.
  • La niña necesitada de afecto que no queremos ver, aislada del resto de nuestras memorias y de nuestra mente, no ha podido aprender, no ha podido crecer, no ha podido evolucionar.
  • En cierto modo no diferenciamos nuestro propio dolor, nuestra propia debilidad, nuestra tristeza, de la persona en quien más vimos representados estos elementos.
  • Eric Berne: «Todas tus decisiones las toman cuatro o cinco personas dentro de tu cabeza, y aunque puedas no hacerles caso si eres demasiado orgullo para oírlas, estarán ahí la próxima vez si te molestas en escucharlas».
  • Todos tenemos un diálogo interior. Nos decimos cosas sobre lo que va pasando, sobre lo que sentimos y sobre lo que pensamos. Este discurso interno tiene mucho que ver con la regulación de nuestros estados emocionales. De este diálogo entre nuestra parte racional y nuestra parte emocional, es de donde surgen las mejores decisiones. Lo que nos decimos internamente aprende en buena medida de lo que nos dijeron determinadas personas, o de lo que nos dijimos a nosotros mismos ante lo que los demás hacían o dejaban de hacer.
  • Que la persona que nos cuida sea justo la que más daño nos hace, literalmente no nos cabe en la cabeza. Así que formamos un compartimento para cada cosa. Al funcionar estas redes de memoria por separado, la mente se desarrollará también por separado. En un lado guardaremos los momentos de vinculación con la gente que nos rodea. En el otro la desconfianza hacia los demás. Aquel de los aspectos con el que menos nos identificamos, estará más fuera de nuestro control y de nuestra conciencia.
  • Nada de esto significa que estemos locos, simplemente es una prueba de que hemos de empezar un proceso de reconciliación con todo lo que hay en nuestro interior, incluyendo el lugar del que proceden esas voces o pensamientos.
  • Este conflicto interno entre distintos aspectos de quienes somos es característico de las personas que han sufrido traumatización compleja. Han pasado demasiadas cosas, que parecen imposibles de asumir, y menos cuando las colocamos juntas. Nuestra mente se parte en trozos que no podemos hacer encajar.
  • Ahora que somos adultos podemos reconectarnos con estas sensaciones y entenderlas, como si por primera vez entendiera qué le pasaba a esa niña.
  • Al mantener la emoción con nosotros, cuando volvemos al recuerdo y lo hablamos con otras personas, vamos dejando que el aire del presente ventile esas memorias antiguas, y de ese modo la sensación irá diluyéndose.
  • Aunque no hubiera sucedido entonces, estamos a tiempo de reparar nuestras sensaciones ahora.
  • La mente es curiosa y tiene a las rutas conocidas, como intentando volver sobre nuestros pasos para poder darle otro final, pero volviendo así paradójicamente a repetirlo.
  • Más que tratar de apartar lo que viene a nuestra mente, los pensamientos, voces o impulsos que nos desbordan, hemos de aprender a escucharnos, a tenernos en cuenta, a entender cada aspecto y cada matiz de quienes somos.
  • Todo lo que hay en nuestra cabeza nos pertenece. Todo, hasta lo que nos resulta ajeno o desagradable, somos nosotros en el sentido más amplio de la palabra.
  • La tendencia del ser humano es hacia el bienestar y al establecimiento de relaciones significativas.
  • Este proceso que explicamos difícilmente podrá hacerse sin ayuda de profesionales especializados. Si estamos rodeados de personas sanas por supuesto será un apoyo importante. Si nosotros estamos decididos a cambiar las cosas, contamos con el elemento fundamental para conseguir el cambio.
  • entrada original: https://raulbarraltamayo.wordpress.com/2021/12/09/no-soy-yo-de-anabel-gonzalez/
  • Los intentos de apartar, rechazar, evitar, enterrar o anestesiar un aspecto de quienes somos, suelen llevar paradójicamente a lo contrario de lo que buscamos. Esa parte se quedará dentro de nosotros, y además, le quitaremos la posibilidad de crecer y evolucionar hacia una versión distinta de sí misma. Seguirá funcionando rígidamente desde los patrones antiguos, nos seguiremos bloqueando ante circunstancias que sería esperable que pudiésemos manejar sin problemas.
  • Nos miramos en gran medida como nos miraron. Una vez que interiorizamos esa mirada, se convierte en nuestra propia perspectiva, y podemos perder la noción de cómo se desarrolló. Podemos creer simplemente que las cosas son así y que no es posible sentir otra cosa.
  • La nueva pregunta es ¿qué tiene de bueno esa parte de mí que no me gusta? Por muy imposible que nos resulte pensarlo, siempre hay algo bueno en lo profundo, siempre hay una función sana para la que esta parte fue diseñada.
  • El primer molde fueron las personas externas con las que convivimos, pero nosotros hemos contribuido a mantener a esa parte exactamente igual que como se configuró. Es nuestro rechazo hacia ella, el conflicto que mantenemos con esa faceta de nuestra personalidad, lo que no la deja desarrollarse.
  • Cada parte de nosotros solo necesita lo que todos necesitamos para crecer, desarrollarnos y dar lo mejor de nosotros: ser mirados con una mirada de amor incondicional.
  • Cuando la rabia no está asumida e integrada, realmente no nos protege bien. Esa rabia que no expresamos se va acumulando día a día y entonces podemos acabar perdiendo el control, estallando y generando consecuencias que no nos gustan, o creándonos tanta tensión interna que acabamos enfermando.
  • Para poder cambiar necesitamos modelos nuevos. Tomemos como ejemplo la gente que hemos conocido, que sabe sentir su rabia de otro modo, personas que pueden ponerse firmes cuando es necesario, sin alterarse y sin perder el control.
  • El mayor problema de apartar esta parte vulnerable, es que nadie podrá vernos realmente, ni podremos conectar de verdad con los demás. De todas las experiencias que puede vivir una persona, la más destructiva es sin duda que las personas importantes de nuestra vida no supieran sintonizar con nosotros, entender nuestras necesidades. La falta de conexión es el peor de los daños y podemos acabar haciéndonos internamente algo similar, desconectándonos de nosotros mismos y aislándonos de los demás.
  • La rabia subterránea se acaba volviendo resentimiento, amargura e insatisfacción.
  • Sea cual sea la parte de nosotros que no nos gusta, siempre esconde una posibilidad por desarrollarse.
  • Sin integrar todo lo que hay en nuestro interior no estaremos completos.
  • Cada órgano tiene una función vital, que ningún otro puede realizar, y lo mismo ocurre a nivel psicológico.
  • Poder ver los recursos que hay en nuestro interior, dentro de las partes más ocultas, más rechazadas, menos reconocidas, es esencial para estar bien. Unos aspectos no están en contraposición con otros, los equilibran.
  • En la infancia, o en situación en las que no hay salida, las reacciones de protección activa no nos son posibles, y se anulan sin que tenga que entrar en juego una decisión consciente. Las respuestas de lucha y huida se quedan además muchas veces bloqueadas de modo permanente. Cuando después de terminada la situación problemática, nos vemos ante situaciones similares en otras etapas de la vida, al activarse las respuestas de reacción activa que ahora sí serían posibles, se activa también el bloqueo.
  • Nuestra mente siempre intenta protegernos de lo que percibe como amenazas, incluso de las que notamos dentro de nosotros mismos.
  • La evitación es un mecanismo psicológico que hace que cada vez tengamos más miedo de las dificultades, y éstas se vayan haciendo cada vez mayores.
  • Aquello que está pero de lo que no tenemos conciencia, opera de un modo mucho más poderoso que lo que percibimos con claridad. Solo podemos cambiar las cosas que sabemos que existen.
  • ¿Cómo identificar estas reacciones si nos estamos engañando a nosotros mismos? Un indicador indirecto es pensar en aquellas cosas que no soportamos en los demás.
  • Cuando hay rasgos que no toleramos en los demás, del mismo modo que cuando hay cosas que no toleramos en nosotros mismos, eso va a tener mucho que ver con nuestra historia y con cómo somos. Aquello que rechazamos visceralmente en los otros, de algún modo va a estar presente en nuestro mundo interno.
  • Ninguna reacción humana es completamente desajustada, y siempre tiene que ver con una función sana. El problema se da con las reacciones extremas, no reguladas y fuera de contexto.
  • Los elementos básicos para ser mentalmente saludables son el equilibrio y la flexibilidad.
  • Alfred Adler: «Confía solo en el movimiento. La vida ocurre en el plano de los acontecimientos, no el de las palabras. Confía en el movimiento».
  • Las experiencias traumáticas prolongadas nos dejan muchas veces en un estado que se ha denominado de indefensión aprendida.
  • En los seres humanos severamente traumatizados, es frecuente que cuando se ven en situaciones donde la salida está disponible y hay opciones a su alcance, no sepan recurrir a ellas. Se rinden sin intentarlo, dando por sentado que no funcionará, o que será peor el remedio que la enfermedad. Es frecuente la tendencia a presentar respuestas pasivas, a no explorar nuevas alternativas. El repertorio de conductas se limita, no se corren riesgos, no se ensayan cambios, y se cae en una especie de resignación.
  • La espontaneidad y la creatividad productivas solo pueden tener lugar en un contexto de apego seguro que promueve la autonomía.
  • Un niño al que se transmite seguridad y protección, puede atreverse a explorar el entorno, a inventar y a experimentar.
  • Si el entorno es hostil pasamos a un modo «control de daños». Nuestro repertorio de comportamientos se vuelve restringido, volvemos siempre por los caminos que tenemos controlados, usamos los sistemas que sentimos que dominamos más. Ponernos creativos es un lujo, que requeriría una energía de la que no disponemos.
  • No hay reflexión sobre si lo que hacemos nos beneficia o no, ni sobre otras alternativas. No hay toma de decisiones ni soluciones prácticas. Simplemente vamos con el piloto automático, tal como fue programado en otro tiempo y en otro lugar.
  • El proceso de superación de nuestros problemas, cuando hemos vivido en entornos traumatizantes, pasa por ayudarnos a experimentar. Esto no suele ocurrir de forma natural, al principio, hemos de hacerlo de modo forzado.
  • Hagamos algo, pero no lo mismo de siempre: probemos cualquier otra alternativa, y observemos qué resultados produce. Si vamos ensayando, iremos encontrando posibilidades mejores, o menos malas. No pasa nada si no funciona, cometer errores no es un problema mientras aprendamos de ellas. Lo importante es no cometer el mismo error una y otra vez.
  • Por regla general, cuanto más raros nos sintamos con una tarea, mejor encaminada estará. Eso significa que estamos estirando un músculo de los más agarrotados.
  • La clave es no plantearnos tareas irrealizables, demasiado ambiciosas, que hagamos un día en el que reunimos toda nuestra energía, para abandonarlas luego durante meses.
  • Cada ensayo cuenta, independientemente del resultado que produzca, porque todo lo que se sale de las repeticiones patológicas, está aumentando nuestras flexibilidad.
  • Podemos ver lo que ocurre desde fuera, entender lo que está pasando, notar nuestras sensaciones, pero no dejarnos llevar por ellas.
  • Parece lógico creer que si no establecemos relaciones profundas, nos protegemos del daño. Pero muy al contrario, este retraimiento de las relaciones, es el mayor daño que nos podemos hacer. Y esta vez el daño nos lo estaremos causando nosotros mismos.
  • Las personas que superan las circunstancias de la vida son las que vuelven a afrontarlas pese a haber tenido accidentes.
  • Si evitamos cosas que nos han hecho daño pero que en sí mismas son positivas e inofensivas, nos vamos limitando cada vez más.
  • Para sentir que nos podemos proteger hemos de aprender a recalcular el peligro, desbloquear nuestras reacciones defensivas instintivas, desmontar nuestros sistemas de protección disfuncionales y ensayar una y otra vez respuestas sanas hasta que las sepamos manejar y se hagan habituales.
  • El trauma lleva a la rigidez, y desde ahí la transformación no suele producirse espontáneamente. Requerirá un esfuerzo continuado y nos veremos sin referencias y bastante perdidos. Por eso suele ser necesario que nos impliquemos en un proceso de terapia que generalmente necesita periodos largos de tiempo, asumiendo muchos altos y bajos hasta conseguir resultados.
  • Las personas que han sufrido traumas interpersonales pueden sentir miedo a la intimidad en general. Con frecuencia tienen dificultades para hacer amigos, o para mantenerlos, porque no se fían de nadie, o porque esperan de ellos una fidelidad a prueba de fallos, y recibir de esas personas todo lo que no recibieron en su infancia.
  • Muchas personas que han tenido infancias difíciles, o experiencias de pareja traumáticas, descartan tener descendencia. No se sienten capaces de educar a sus posibles hijos, conscientes del daño que se le puede llegar a hacer a un niño.
  • Mirar nuestros problemas con honestidad y realismo, pero a la vez sin culparnos por tener unas dificultades que no elegimos, y sin resignarnos a que siga siendo así, nos hará recuperar la experiencia más excepcional de la vida, la que nace de la conexión profunda con los demás. Por mucho miedo que nos produzca la idea, nada hay que valga más la pena.
  • Albert Ellis: «Los mejores años de tu vida ocurren cuando decides tener responsabilidad sobre tus problemas. No culpas por ellos a tu madre, la ecología o el presidente. Te das cuenta de que controlas tu propio destino».
  • Las cosas que hacemos o decimos, aunque sea impulsivamente y sin premeditación, tienen consecuencias, de las que somos responsables.
  • La responsabilidad implica llevarnos mejor con la sensación de culpa. La culpa implica sufrimiento cuando es desproporcionada, cuando cargamos con culpas que no nos corresponden. Cuando es la que toca, cuando la sentimos si realmente cometemos un error, está en su sitio.
  • Las situaciones extremas en el contexto familiar, llevan a mecanismos de adaptación también extremos.
  • Quizás no podamos hacer gran cosa si estamos muy bajos de ánimo, pero lo que hacemos con las baterías que nos quedan es decisión nuestra. Si empezamos a asumir nuestra responsabilidad, no nos permitiremos decir un «no puedo» rotundo.
  • Otra forma de no asumir la responsabilidad es dejarnos absorber por la queja. Si nos quejamos mucho, aunque lo hagamos solo en nuestro interior, con seguridad estamos en una trampa.
  • Una queja improductiva nos genera sentimientos de incomprensión, abuso y amargura, pero no cambia ninguna de las situaciones.
  • Es bueno poder desahogarnos de vez en cuando, y no es más productivo poner siempre al mal tiempo buena cara. Recordemos: los extremos suelen ser siempre igualmente negativos.
  • El no asumir nuestra responsabilidad puede proceder también del estancamiento en los patrones infantiles. Como no teníamos opciones en aquellas situaciones, no tomamos decisiones en la actualidad, asumiendo que todo sigue igual.
  • No existe posibilidad de recuperación sin asumir una responsabilidad personal en conseguirla.
  • Eduardo Galeano: «Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos».
  • No nos planteamos soluciones pequeñas, prácticas, a medio-largo plazo, que son las que realmente pueden generar cambios.
  • El cambio empieza cuando dejamos de estar esperando en nuestro coche, sentados en el asiento del copiloto, a que venga alguien para arrancarlo y llevarnos lejos de donde estamos.
  • Fantasear es un escape imaginario, y sobre todo en la infancia, la fantasía es un recurso potente que nos permite evadirnos de cosas que no podemos cambiar.
  • Las auténticas soluciones no vendrán a través de un cambio espectacular como el que soñábamos, no nos levantaremos una mañana y todo será diferente. Pero sí podemos hacer algo, algo concreto, quizás diminuto, pero real. Miles de pequeños cambios mueven el mundo.
  • El primer cambio es tomar conciencia de que somos adultos, de que tomamos nuestras propias decisiones, de que conducimos nuestro coche. El segundo es tener clara cuál es la ruta hacia la que vamos a dirigirnos.
  • Nuestra prioridad ha de ser estar bien. Si no nos sentimos bien, mal vamos a poder gestionar el resto de las cosas. Sin embargo, buscar lo que nos hace bien puede estar muy por debajo en nuestra lista, y en cambio priorizamos lo que tenemos que hacer, lo que necesitan los demás, lo que se espera de nosotros …
  • El cambio empieza cambiando la pregunta que nos hacemos ante las cosas: «No me apetece salir hoy, pero ¿me haría bien?» Y no nos hacemos trampas, no nos contestamos rápido, sino que nos paramos reflexivamente a pensar cómo nos hemos sentido al final del día cuando hemos salido de casa y lo comparamos con los días en que nos quedamos en la cama, con la persiana bajada, dándole vueltas a la cabeza. Si nos apetece o no es algo que tenemos en cuenta, pero tiene más importancia si algo nos puede hacer bien o no.
  • A veces lo mejor para nosotros es precisamente no hacer. En ese caso no salimos porque es lo que los demás esperan que hagamos o lo que se supone que tenemos que hacer, sino que nos quedamos en casa porque es mejor para nosotros descansar.
  • La pregunta de si algo nos hace bien o no, es aplicable no solo a las actividades externas, sino también a lo que nos decimos a nosotros mismos.
  • Tenemos que hacernos estas preguntas siempre en este orden, y aunque sepamos la respuesta, hemos de contestárnoslas siempre.
    • ¿Qué me digo a mismo?
    • ¿Dónde lo aprendí?
    • ¿Me ayudaba cuando esas personas me lo decían?
    • ¿Me ayudaría que los que me rodean ahora me dijeran esas cosas?
    • ¿Le diría eso a una persona a la que quiero y que me importa?
    • ¿Qué me ayudaría decirme a mí mismo?
  • Si queremos estar bien, es importante que aprendamos a decirnos lo que nos hacen bien.
  • Albert Einstein: «Una persona que nunca cometió un error, nunca intentó nada nuevo».
  • Tomar conciencia de lo que hemos de cambiar no produce de por sí esos cambios, pero es un primer paso imprescindible.
  • Otro punto crítico para el cambio es la valoración positiva de los errores.
  • Sabremos que estamos avanzando, cuando el día esté lleno de errores. Significará que estamos trabajando en cambiar, que estamos a prendiendo. Pero claro, para eso, es necesario cogerle cariño a cometer errores.
  • Todo lo que se practica, se acaba aprendiendo.
  • Muchos intentos de cambiar las cosas no funcionan porque les falta persistencia, y continuidad.
  • Es importante que seamos realistas con el modo en el que las cosas pueden llegar a cambiarse: hacen falta muchos errores para conseguirlo. El que más se equivoca es el que tiene más posibilidades de ganar el premio.
  • José Ortega y Gasset: «Nuestras convicciones más arraigadas, aquellas de las que menos dudamos, son las más sospechosas. Ellas constituyen nuestro límite, nuestros confines, nuestra prisión».
  • En el mundo del apego disfuncional, se confunde cuidado con preocupación, protección con control, afecto con obediencia.
  • En principio, la convicción es siempre patológica, e indica una necesidad subyacente muy grande de aferrarse a una idea.
  • Es importante que estemos abiertos a cuestionarnos todas nuestras convicciones. Muchos pensamientos flotan en nuestra cabeza sin que analicemos nunca si son lógicos o no, simplemente creemos que por el hecho de pensarlos con tanta fuerza, es que son así. Los sentimos como verdades inapelables.
  • Para cambiar hemos de estar dispuestos a rompernos los esquemas, a cuestionarnos por completo nuestras creencias, a dar por seguro que por muy fuertes que sean, no son verdades absolutas.
  • Pensamos que la seguridad que nos da el control es la única seguridad posible, pero es la cárcel que no nos deja hacer cambios.
  • No aceptar las cosas como son nos bloquea completamente toda posibilidad de modificarlas.
  • Todo lo que está representado en nuestro mundo ideal son necesidades legítimas e importantes.
  • Todos necesitamos afecto, aceptación, reconocimiento, rodearnos de personas con las que nos sintamos bien, conseguir logros en la vida. Todo eso está a nuestro alcance, pero no en forma de un príncipe azul perfecto, sino de una persona de carne y hueso.
  • Ser fuerte no es un valor en sí, es lo que nos ayudó a sobrevivir.
  • Olvidar no es una solución, solo es un parche, porque realmente solo tapamos, la goma de borrar mental no existe.
  • No reaccionar es lo mejor que podemos hacer cuando no tenemos opciones, pero puede jugar en nuestra contra cuando sí las tenemos.
  • Si nos censuramos cualquier tendencia egoísta, sacrificaremos siempre nuestros intereses en favor de los demás.
  • Todos hacemos cosas malas. Es imposible vivir sin hacer daño a nadie. Si nos presentamos a una oposición con plazas limitadas, y nosotros aprobamos, otros pierden. Siempre que entramos en una competición con otros, aunque sea una pelea limpia, alguien saldrá peor parado.
  • Sin ser un poco malos no pelearemos por nuestros derechos, no conseguiremos lo que nos importa, no prevalecerá lo nuestro.
  • Si tenemos tendencia a autoabandonarnos, la sensación de esfuerzo nos parecerá desagradable y agotadora. Si evitamos la sensación de esfuerzo, no tendremos la oportunidad. Tampoco conseguiremos los resultados a medio y largo plazo que solo se derivan de un esfuerzo continuado.
  • Sumidos en la pereza, y en el malestar de la dejadez personal, buscar otra sensación negativa no parece tener sentido. Al no sentir el esfuerzo, al no buscarlo, no aprenderemos a manejarlo y nuestro organismo no automatizará.
  • Otro ejemplo es sensación desagradable muy necesaria es la incertidumbre. Llevar bien la sensación de incertidumbre es muy importante, ya que los cambios, las transiciones de una etapa a otra, van siempre asociadas a esa sensación.
  • Sin exploración no hay aprendizaje, sin incertidumbre no hay evolución.
  • La pregunta importante es ¿es bueno para nosotros?
  • El momento importante es cuando notamos una tendencia, la que sea. Si la frenamos y no nos dejamos llevar por completo por ella, iremos funcionando más cerca del punto de equilibrio.
  • Si nos permitimos notar los pequeños enfados cotidianos y hacer algo con ellos, no acumularemos.
  • Hemos de ser comprensivos con nuestros primeros intentos, y practicar mucho hasta adquirir cierto dominio. Por ello es bueno ensayar con temas menores y situaciones poco relevantes, en lugar de ir de cabeza a por la situación más complicada.
  • William James: «Cuando tienes que tomar una decisión y no la tomas, eso ya es una decisión».
  • Los humanos complicamos mucho las cosas.
  • El miedo que moviliza la respuesta de huida se queda metido en el cuerpo, alimentando una constante inquietud y ansiedad.
  • Hemos de tener planes para manejar los momentos de desánimo, porque los habrá. Una mejoría sólida depende más de cómo llevemos los momentos bajos que de tener días buenos.
  • Hemos de tener paciencia infinita con nosotros mismos, entender lo difícil que puede ser para nuestro organismo reaprender algo nuevo, soltar del todo los viejos sistemas.
  • Si nosotros no estamos determinados a modificar las cosas, por mucha y buena voluntad que tengamos, no nos servirá de nada.
  • Al mirarlos de enfrente los fantasmas de la oscuridad resultan ser menos terribles de lo que imaginábamos.
  • No todos los recuerdos están igual de accesibles, algunos pueden estar tan bloqueados que ni siquiera sabemos que ocurrieron.
  • Es importante tener claro que no es un ejercicio de relajación, sino un momento de autoobservación y de conexión. Solo producirá efecto, si lo hacemos regularmente, a través de un aprendizaje progresivo y paciente.
  • Compartir el dolor es el mejor modo de aliviarlo, permitiéndonos sentir la comprensión y el consuelo del otro. Hemos de aprender a hablar desde el dolor, y no desde la rabia con la que nos protegemos o de las múltiples carcasas que hemos puesto alrededor.
  • El terapeuta está preparado para entender nuestras dificultades y ayudarnos a superarlas. El apoyo de un amigo o una persona cercana y de un profesional es distinto pero complementario.
  • Un terapeuta no tiene poderes mágicos, ni nos puede extirpar nuestros problemas, si nosotros no tenemos una posición activa respecto al proceso de cambio.
  • Si podemos mirar el recuerdo sin olvidarnos de que estamos aquí, conectando con las sensaciones, emociones y creencias de aquel momento, y a la vez sabiendo que estamos en otra etapa, que hemos aprendido cosas, que la situación y sobre todo nosotros somos diferentes, las redes de memoria pasadas y presentes podrán hablar entre sí, integrarse y ayudarse. El adulto que somos se reencontrará con el niño que fuimos, la persona que trabaja en recuperarse podrá cuidar de la que se quedó bloqueada, miraremos el ayer desde la perspectiva del ahora. Nuestra mirada ha de ser de comprensión, sin juicio alguno, abierta a entender todo lo que sucedió.
  • El camino para que la pasado deje de influir en el presente se logra abrazando lo que somos, reconciliándonos con lo que fuimos en distintas etapas, entendiendo lo que hicimos y lo que no pudimos hacer.
  • Es importante que recuperemos aspectos de nosotros que tenemos olvidados, escondidos, negados o rechazados, pero también que soltemos modelos antiguos, consignas y reglas familiares que no compartimos, costumbres que no hemos decidido y recuerdos que siguen interfiriendo.
  • Recuperarnos de experiencias largas y difíciles es un proceso que nos acompaña toda la vida, ya que todos estamos en constante evolución y las situaciones también lo hacen.
  • Carl Rogers: «La curiosa paradoja es que cuando me acepto a mí mismo puedo cambiar».
  • Los castigos, sean físicos o verbales, no funcionan para mejorar una conducta.
  • Soren Kierkegaard: «La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero debe ser vivida mirando hacia delante».
  • Cuando no aceptamos lo que nos va viniendo en la vida, es cuando nuestra capacidad para modificar las circunstancias se ve anulada. Nos quedamos atascados y estancados, sin dar pasos productivos para generar cambios.
  • Decir «esto es lo que hay» no tiene que ver con resignarse y quedarse en algo que no nos gusta, tiene que ver con la aceptación. Solo podemos modificar algo que aceptamos que existe.
  • Trabajaremos para cambiar solo aquella parte que puede cambiarse, no gastaremos nuestra energía en mover una montaña que nos quita el sol en nuestra casa. En ningún caso envejeceremos en nuestra casa mirando con resentimiento la montaña y lamentándonos de nuestra suerte.
  • Cuando reescribamos nuestra historia, también recuperaremos todo nuestro potencial. No nos pelearemos con nosotros mismos, sino que todo lo que hay en nuestro interior jugará en el mismo equipo.
  • Lo esencial es que nuestro funcionamiento no se base en una pelea con nosotros mismos ni en una negación de nuestra historia o de partes de nuestra personalidad. Nuestra energía ha de encauzarse hacia el cambio, un cambio que no ignora el pasado, sino que se asienta en él para que no se repita.
  • Un ejercicio que nos puede ayudar es plantearnos siempre cinco explicaciones alternativas para el comportamiento de los demás. De ese modo nos acostumbraremos a pensar que «puede que» el otro esté molesto con nosotros, pero que igual le aprietan los zapatos nuevos que se ha comprado, o su seguro no le quiere pagar la reparación del coche.
  • Al igual que somos producto de nuestra historia, los demás también lo son de la suya.
  • Aquello que no aceptamos en nosotros, nos atrae en la otra persona con una enorme potencia. Como nos hemos olvidado de mirarnos hacia dentro, las cosas de las que nos desconectamos pueden resultarnos evidentes solo en los ojos del otro.

Enlaces relacionados:

Otros libros relacionados:

raul

3 respuestas to “No soy yo de Anabel Gonzalez”

  1. […] #56) No soy yo de Anabel Gonzalez. […]

    Me gusta

  2. […] No soy yo de Anabel Gonzalez. […]

    Me gusta

  3. […] No soy yo de Anabel Gonzalez. […]

    Me gusta

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.