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El mal samaritano de Helena Béjar – Apuntes Breves

Posted by Raul Barral Tamayo en martes, 6 de octubre, 2015


© Helena Béjar, 2001.
Editorial: Editorial Anagrama.

El individualismo parecía nuestro horizonte moral. Desde hace dos decenios se repite que Occidente se ha volcado en lo privado (la familia y el amor) y se ha desinteresado de lo público. Para desmentir este sombrío diagnóstico ha surgido el voluntariado que expresaría el retorno del altruismo y contradiría el interés como resorte de la acción social. El voluntario es un soldado de la ayuda a extraños, tanto en tierras lejanas como en las bolsas de pobreza de nuestras ciudades.

Pero, ¿por qué auxiliamos a los demás si ni siquiera les conocemos? ¿Porque somos seres morales movidos por la compasión? ¿Por conocer a gente en una asociación y así paliar nuestra soledad? ¿Por sentirnos mejor y aligerar la culpa de no cuidar a nuestros seres queridos?

Hay que ver qué sostiene a esta nueva filantropía, cuáles son los valores del altruismo organizado que, según claman los políticos y amplifican los medios de comunicación, supone la vuelta de la virtud política.

En un estilo ágil y con un tono crítico, Helena Béjar desentraña en este polémico ensayo la pugna entre altruismo y egoísmo. Quizás el voluntariado no sea la panacea de la sociedad del fin del trabajo ni el soporte de una remozada ciudadanía fuera de la marchita política de los partidos. Frente al discurso institucional de que, de nuevo, somos buenos y responsables. El mal samaritano analiza los recovecos de nuestra condición y, con ella, la urdimbre moral de nuestra sociedad.

Helena Béjar es profesora de sociología en la Universidad Complutense de Madrid y doctora por la West-London University. Ha sido profesora visitante en la New School for Social Research (Nueva York) y en las universidades de Berkeley (California) y Dartmouth (New Hampshire).

Algunas de las cosillas que aprendí leyendo este libro que no tienen porque ser ni ciertas ni falsas ni todo lo contrario:

  • ¿Por qué se ayuda a un extraño? ¿Existe todavía la compasión? ¿Estamos dispuestos a sacrificarnos para hacer la vida del prójimo más llevadera? ¿Es necesario querer al otro para auxiliarle? Éstas son algunas de las incógnitas de la filantropía democrática.
  • Un 10% de la población de la Comunidad de Madrid pertenece a alguna asociación de voluntariado y este segmento dedica una media de cinco horas semanales a socorrer a desconocidos.
  • El fin del siglo XX agudiza la desafección por los movimientos vecinales, sindicatos y partidos que antaño vertebraron la práctica participativa y la cultura política de este país.
  • Mi objetivo central es el llamado voluntariado social, la asistencia a los extraños que están físicamente próximos: toxicómanos, mendigos, presos, disminuidos física o psíquicamente, ancianos, enfermos, inmigrantes.
  • Creo que es el voluntariado social, discreto y casi invisible, el que dice más de nuestra condición moral y del futuro de la participación social.
  • El voluntariado es una metáfora de la gestación y la expresión de unos valores colectivos que oscilan entre el altruismo y el egoísmo.
  • La cuestión a explorar es el porqué de la ayuda. Si la generosidad que guía al voluntariado es tal.
  • Parto de que la posibilidad de ayudar la prójimo extraño depende no sólo de factores objetivos (tener tiempo libre), sino también de tener un discurso apropiado que haga posible concebir la naturaleza y el sentido de la ayuda.
  • Mi presupuesto inicial es que el motivo de la ayuda es importante porque determina el tipo de vinculación en tiempo y en implicación emocional que se establece con el objeto de auxilio.
  • La compasión y el servicio al otro son parte de los sentimientos morales de la tradición cristiana y parecen unas bases poderosas para ejercer la filantropía.
  • Sólo la convicción de que nos necesitamos los unos a los otros puede mantener el altruismo organizado a largo plazo.
  • Los jubilados representan el ejército de reserva para la ayuda formal.
  • ¿Son necesarios los sentimientos fuertes, con la piedad a la cabeza, y los valores calientes, tales como la solidaridad y la responsabilidad, para ayudar al prójimo?
  • Sea el voluntariado un movimiento egoísta o altruista, el caso es que algo se mueve en la sociedad política.
  • ¿Se puede obligar a los hombres a ser generosos? Ésa es una de las claves para construir una ciudadanía moral.
  • Que nadie da nada por nadie constituye una creencia extendida en nuestra cultura. Ser racional y estar sano supone antes que nada cuidar al yo y atender al propio huerto.
  • Estado y mercado fagocitan el impulso solidario, que parece pueda existir libre de estructuras organizacionales.
  • El fundamento del altruismo moderno es pues la reciprocidad, no la compasión. Si esto sucede con los próximos, qué pasará con los lejanos.
  • El hombre de la sociedad posmaterialista se ha despreocupado de la suerte de su prójimo, y es tanto más ajeno cuanto más lejano esté el otro.
  • Los voluntarios jóvenes reconocen la efectividad de tales campañas aunque denuncien la obscenidad de la pobreza, que se muestra sin recato.
  • El voluntariado produce un cambio personal innegable, alterando la «visión del mundo» de sus protagonistas.
  • El voluntariado es un comportamiento imitativo.
  • Los incentivos son «compensaciones» de un servicio que se «mercantiliza», contraprestaciones de una ayuda que debe ser de naturaleza sentimental.
  • El distanciamiento es un supuesto del paradigma liberal que prende en el ideario del voluntariado.
  • El distanciamiento afectivo es un mecanismo de defensa para el voluntario que, humano y por tanto débil, busca a veces en la ayuda al otro un amigo.
  • Las organizaciones filantrópica procuran la distancia de rol a través de la diversificación.
  • La soledad contemporánea carece del sentido trágico de los griegos.
  • Cuando se ayuda, uno se siente satisfecho y fuerte, como ocurre al hacer gimnasia: la musculatura se desarrolla cuanto más se ejercite.
  • El imperativo del dsitanciamiento llevaba al del cuidado limitado.
  • Si nadie, ni personas ni instituciones, es culpable de la precariedad de los necesitados, los objetos de ayuda desaparecen como víctimas a las que el voluntariado deba atender.
  • Sólo los valores fuertes, la determinación interna de hacer el bien, la obediencia al mandamiento de la caridad o la llamada de la solidaridad sostienen el cansancio.
  • Sentir con el otro doliente supone sufrir con él, asumir su aflicción como si fuera nuestra.
  • Sólo una sociedad que reconozca la condición humana como inseparable de la precariedad, la enfermedad y la muerte es capaz de tomarse en serio la compasión.
  • Cuando el dolor se muestra, la fragilidad ajena se hace evidente y provoca la ayuda.
  • El voluntariado es una suerte cobertura moral del fracaso, siendo éste uno de los tabúes modernos porque expresa una fragilidad humana común que la cultura individualista no quiere admitir.
  • La ayuda organizada posibilita la conciencia de ser un miembro de esa sociedad grande y compleja que se extiende más allá de las cuitas y los intereses privados.
  • La obediencia no es suficiente para mantener el deber. A no ser que la obligación se interiorice y se torne imperativo moral de raigambre religiosa o secular.
  • Jubilado: «Tú lo que necesitas no son medicinas sino cosas que hacer».
  • El voluntariado es un comportamiento imitativo basado más en el sentimiento que en la razón.
  • La autorrealización como creencia nodal y eje axial del discurso individualista niega la propia condición de víctimas y, con ella, la de responsables, individuales o colectivos, de la desgracia ajena.
  • La compasión que reivindican los voluntarios cristianos es la base sentimental de un altruismo democrático duradero.
  • El voluntariado es funcional independientemente de sus motivos.
  • El deber de mejorar la vida del otro es una deuda que tengo por vivir en sociedad, por ser un animal político.
  • Adam Smith: «La empatía es un producto de la sociabilidad».

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